
Ayer noche, al volver de una de nuestras visitas sociales vimos un clásico de la ciencia ficción: El hombre invisible. Y como no podía ser de otra manera, y más teniendo en cuentael estado anímico de estos lares, nos pusimos a valorar los grandes problemas de ese pobre personajillo.
El hombre, victima de un accidente, se vuelve invisible, pero no por ello la gente lo puede atravesar, algo que es sin duda realmente incómodo. Esa sensación de invisibilidad que todos hemos sufrido en algún momento acechó la sala de visionado. Yo todavia estaba algo intoxicado de la reciente reunión social e imagine la impotencia de Mr. Invisible en una fiesta atestada de personas que tienen objetivos muy claros y, llámese ironia irracional si se quiere, solo pude pensar en los problemas que tendría nuestro amigo ficticio dentro de un carral de ganado.
Norma rió abiertamente y comentó que quizá yo ya no hablaba de una película sino de una reunión social real. Sea como fuere, dijo, no creo que alguien que se sienta invisible entre el ganado se sienta muy cómodo en ese corral. Siéndolo o no, debería abandonarse el establo e ir a lugares más interesantes, tal vez entre figuras también semitransparentes más acorde con nuestros gustos.
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